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Cuatro años más

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Frania Duarte

Al igual que hace cuatro años, Barack Obama se hizo con la silla presidencial estadunidense. Los contextos se asemejan, pero al mismo tiempo son distintos. Aquel noviembre de 2008 los estadunidenses tenían la esperanza del cambio al que Obama los había invitado a creer después de ocho años de un gobierno republicano arrogante y negligente. Hoy, algunos de los ciudadanos que habían dado su voto al entonces nuevo líder excepcional y transformador decidieron apoyar al candidato republicano, Mitt Romney, dada su inconformidad con el desempeño del demócrata.

Para el 4 de noviembre de 2008 apenas habían transcurrido casi dos meses del jueves negro, aquel que no sólo llevó a Estados Unidos a la crisis y recesión económicas, sino que arrastró al mundo entero. Los efectos comenzaban a sentirse, especialmente para aquellos cuyas hipotecas se habían elevado a tal grado que tuvieron que abandonar sus hogares. Los esfuerzos del entonces 43º presidente se habían enfocado en mostrar la grandeza de Estados Unidos al mundo a través de dos guerras que han dejado terribles secuelas políticas, económicas y sociales, tanto para este país como para aquellos donde fueron peleadas –Afganistán e Irak–, pasando por alto temáticas de interés nacional. A pesar del escenario grisáceo, las encuestas de intención de voto no mostraban un margen amplio de diferencia entre los entonces candidatos, Obama y McCain. En ese momento dos debates se ceñían en medio de las campañas electorales: la política y el racismo. Se conminaba a tomar una decisión que optara por cualquiera de esos dos ámbitos: votar por el cambio o por la continuidad de las políticas de los halcones; o votar por un presidente negro –acusado, incluso, de no ser ciudadano estadunidense–, o por un presidente blanco que representaba los intereses y valores WASP de la nación.

2008 fue un año de intensa campaña electoral para ambos equipos. La esperanza de que Obama ganara era grande y, al final, triunfó. En la victoria arrolladora de los demócratas –ejecutivo y ambas cámaras– fueron decisivos los resultados de la administración Bush y la crisis económica –específicamente la incapacidad de McCain para responder a la altura como candidato, misma que intentó remediar cancelando su asistencia a uno de los debates. Sin embargo, la polarización persistió. Obama tuvo una victoria aplastante en el colegio electoral (365 vs 173), pero no así entre el voto popular (52 por ciento, o 66,862,039 votos vs 46 por ciento, o 58,319,442 votos).

2012 no fue muy diferente en cuanto al tema de la polarización. De hecho incrementó y, paradójicamente, las políticas encarnadas por el dúo Romney-Ryan, que no sólo invocaban la era Bush, sino que hacían parecer a éste un moderado, se convirtieron en una opción para el electorado. Los resultados hasta hoy contabilizados ilustran este hecho: Obama logró 303 votos electorales, mientras que Romney obtuvo 206. La diferencia parece holgada, pero no lo fue tanto como en 2008. En cuanto al voto popular, la brecha entre ambos es menor: 60,602,103 votos para el demócrata y 57,776,942 para el republicano. Incluso, vale la pena destacar que dos estados que Obama ganó en 2008, Carolina del Norte e Indiana, esta vez se inclinaron por Romney.

¿Estos hechos significarían, eventualmente, la continuación de la polarización en conjunto con los ataques de los republicanos y miembros del Tea Party contra la administración Obama? La inconformidad de algunos con el actual desempeño de Obama, aunado al descontento de otros ante el hecho de que un afroestadunidense esté al mando del país quizá sean factores que persistan y, con ello, la polarización. Sin embargo, es posible que pudiera disminuir.

En primer lugar, el Partido Republicano llega desgastado y dividido a este proceso electoral. Tras el triunfo de Obama en 2008 su objetivo fue desacreditar al presidente para evitar su reelección. En su carrera por el poder aceptaron albergar al Tea Party entre sus filas y en 2010 conquistaron su primera victoria al recuperar la mayoría en el Congreso. Pero después las desgracias fueron mayores al intentar «restaurar los valores de la nación», lo cual obstaculizó que se alcanzaran importantes acuerdos para el progreso de la nación. Varios sectores de la población se dieron cuenta de ello y optaron por apoyar a Romney, el candidato más moderado de los contendientes en las primarias republicanas. Sin embargo, el empoderamiento del Tea Party fue mayor, de tal suerte que lograron imponer a Ryan como candidato a la vicepresidencia. Las posturas reaccionarias de diversos republicanos ante temas sociales en pleno siglo XXI causaron polémica dentro y fuera del Partido. Algunos electores simplemente fueron disuadidos de votar por ellos. El Partido Republicano tendrá, pues, que replantearse si desea ser una verdadera opción política para 2016.

En segundo lugar, la campaña negativa del Partido Republicano fue contraproducente, creando efectos nocivos para los propios republicanos. Evidenció su ya de por sí manifiesto objetivo de evitar que Obama se reeligiera, así como su falta de una política coherente y creíble para el desarrollo y crecimiento del país, interna y externamente. Según diversas encuestas, los electores estaban convencidos de que era una opción viable para afrontar la crisis económica. Sin embargo, es de dudar que la política de Romney y Ryan de cinco puntos per se hubiera sido la que generó esa confianza –ciega. Más bien se puede atribuir dicha tendencia a la desesperación ante la crisis.

En tercer lugar está lo que los próximos cuatro años de la presidencia de Obama pueden brindar. En el ámbito de la economía se espera que las políticas ya echadas a andar tengan impactos positivos. Romney prometía crear 12 millones de empleos, sin embargo, de acuerdo con diversos analistas, éstos serán producto de dichas políticas, de tal manera que lo que el republicano pretendía era capitalizar la reducción de la tasa de desempleo como un logro propio. En cuanto al tema de inversión en educación, ciencia y tecnología, quizá puede haber algunos avances en tanto que son sectores cruciales para impulsar la inversión y el desarrollo del país. El momento Sputnik de que hablara Obama en su discurso del estado de la nación en 2011 pudiera ser realidad en los próximos cuatro años. En lo que respecta a política exterior su política de poder inteligente seguramente seguirá cosechando frutos. El mundo de hoy –globalizado, interdependiente y ante nuevas y crecientes amenazas a la seguridad–, así como los tiempos políticos y económicos de Estados Unidos impiden que este país se aventure en una guerra, de tal modo que la diplomacia pública seguirá siendo la mejor aliada frente a la reconstrucción de la credibilidad y liderazgo internacionales.

Sin duda el proceso electoral de 2012 debió haber dejado varias lecciones a republicanos y a demócratas. Ojalá que para los republicanos la más importante haya provenido de su tendencia hacia la división. Para el próximo periodo presidencial será importante que se alcancen acuerdos bipartidistas y que los diversos actores políticos –sobre todo los republicanos– no hagan caso omiso de la reconstrucción nacional estadunidense a la que en repetidas ocasiones ha aludido Obama. La grandeza estadunidense en el mundo podrá recuperarse en la medida en que sus crisis internas sean superadas. Obama pidió y obtendrá cuatro años más para ello, pero las soluciones no emanarán todas desde la Oficina Oval.  Una cosa es la habilidad política y otra la voluntad política. El presidente ha mostrado tener ambas, otros actores han fallado en la segunda. El proyecto de nación es claro, falta coordinar los esfuerzas para lograrlo; en caso de no lograrlo los próximos cuatro años serían testigo de los mismos errores que hasta hoy han impedido parcialmente que Estados Unidos predique con el ejemplo. Si ello ocurriera, las críticas, desde luego, serían para Obama… Pero una visión más amplia y crítica daría cuenta de que el autodenominado faro de esperanza del mundo habría dejado de alumbrar.

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Frania Duarte (Ciudad de México, 1989) es licenciada en Relaciones internacionales por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, donde se desempeña como profesora adjunta. Asimismo, es asistente de investigación en el Centro de Investigaciones Sobre América del Norte (CISAN) de la UNAM.

 


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